DANIEL LOZANO | 12 AGO. 2017 | http://www.elmundo.es |

El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, afirmó este viernes que no descarta una «opción militar» en relación con la crisis que atraviesa Venezuela, país que, en su opinión, se encuentra sumido en un «lío muy peligroso».

Trump hizo esa declaración en su club de golf de Bedminster (Nueva Jersey), tras reunirse con el secretario de Estado de EEUU, Rex Tillerson; el asesor de seguridad nacional, H. R. McMaster; y la embajadora estadounidense ante la ONU, Nikki Haley, según informa EFE.

Por su parte, Nicolás Maduro llegó, vio y habló el jueves ante la Asamblea Nacional Constituyente, impuesta por la cúpula cívico-militar de la revoluciónpara atornillarse en el poder. Tras cuatro horas de discurso político, el «hijo de Chávez» volvió a repetir que su presidencia puede estirarse hasta 20 años más.

«Hoy vengo a reconocer sus poderes plenipotenciarios, soberanos, originarios y magnos. Como jefe de Estado me subordino», subrayó nada más empezar. La realidad, como suele pasar en la revolución bolivariana, es muy distinta: la Constituyente, nacida para asaltar los poderes del Parlamento legítimo y de la Fiscalía, se pliega a todas y cada una de las órdenes presidenciales.

De hecho, los 545 delegados, extasiados ante la palabra y mando de su líder, se convirtieron en meros comparsas que aplaudían ante sus órdenes. El alborozo se multiplicó cuando el presidente anunció que allí mismo iban a celebrar el aniversario de la revolución bolchevique.

El primer mandatario completó la toma de la Asamblea convertido en el «padre» de la Constituyente, en el «padre protector» de todos los venezolanos y en un nuevo Simón Bolívar, como recitó la excanciller Delcy Rodríguez, presidenta del órgano revolucionario, quien comparó la irrupción del primer mandatario en el Hemiciclo Protocolar con la entrada del Libertador en Bogotá tras la victoria de Boyacá.

Maduro se congratuló por la decisión tomada, y hecha ley, de que la ANC funcione con poder absoluto durante dos años y así «proteger al pueblo hasta agosto de 2019, si no decidiera de otra forma», lo que abre la puerta a mantenerse al frente del país incluso después de las elecciones presidenciales de finales de 2018.

Todas las encuestas adelantan una estrepitosa derrota de Maduro, si se llegara a presentar a esas elecciones, pese a que el chavismo ha inhabilitado a los dos principales líderes de la oposición, Henrique Capriles y Leopoldo López.

No obstante, el presidente inventó un estudio de Datanálisis que le otorgaba el 35% de apoyo en un país que sufre la peor crisis social y económica de su Historia. «Eso no es cierto, hoy su aprobación es del 17%», le desmintió ayer José Antonio Gil, director de Datanálisis. «La Constituyente es un tema que no parece poder subir la popularidad del gobierno, puesto que su carácter es político y los problemas que tiene la gente son otros», sentenció el experto.

«Ha llegado la hora de construir el estado comunal, una forma de estado», recitó Maduro, ya escuchado en otra ocasiones, incluso al propio Hugo Chávez.

Palabras que sonaron como martillazos para buena parte del país. Precisamente esa era su intención: rematar el trabajo de los últimos días. La insistencia oficialista en cerrar cualquier salida al laberinto nacional forma parte de su estrategia para profundizar la depresión que invade a la sociedad venezolana, que ha empujado de nuevo a una compleja encrucijada a la Unidad Democrática. Con la parafernalia desatada en la sesión presidencial, que se realizó en el Hemiciclo Protocolar, tomado al asalto en el Parlamento, se pretendía dar un nuevo golpe a la moral de unos y a las dudas de otros.

Pero Maduro tampoco ocultó su gran preocupación: el aislamiento internacional que pende sobre su gobierno, ante el cual reclamó una cumbre continental de emergencia «para vernos las caras», ante las supuesta amenazas de bloqueo «militar, comercial y financiero» del encuentro de Lima.

También pidió un encuentro con el presidente de EEUU, Donald Trump, al que reiteró que desea «relaciones de respeto». «Yo creo en la diplomacia y le ratifico al presidente Trump mi deseo de restablecer relaciones políticas, de diálogo, de respeto, en términos de igualda»», dijo. Y reveló que ha dado instrucciones a su ministro de Exteriores, Jorge Arreaza, para que «inicie gestiones» y concrete «una conversación personal con Trump» que podría tener lugar cuando Maduro viaje a Nueva York para asistir a la Asamblea General de la ONU.

El líder bolivariano volvió a agitar como si fuera su bandera ese diálogo tan especial, tantas veces incumplido, como terapia ante el repudio internacional que ha provocado el «mayor fraude electoral de la Historia de América», como definió la Secretaría General de la OEA los comicios del 30-J. Incluso aseguro que forzará a la oposición a hacerlo, «por las buenas o por las malas».

Maduro se quejó de las acciones parlamentarias contra los créditos pedidos por el gobierno a organismos internacionales, como si se tratase de una traición a la patria. «Aspiro a que la Comisión de la Verdad y la Vida haga justicia», redondeó el presidente, empeñado en que el tentáculo confirmado desde la propia ANC sirva como un nuevo tribunal de la inquisición. Aún así, el primer mandatario aseguró que se inspira en Nelson Mandela y no en Torquemada. «¡Justicia severa con los asesinos, cárcel para ellos!», refrendó entre gritos de su bancada.

Para confirmar que quién manda es él, entregó a la Asamblea Constituyente una ley para aumentar la persecución contra la disidencia, «para que se aprueben y sean castigados los delitos de odio», con penas de hasta 25 años de cárcel.

Una nueva herramienta en el país de los 676 presos políticos, en el que Wuilly Arteaga lleva encarcelado tres semanas por tocar su violín, entre golpes y vejaciones. El mismo país donde el general Raúl Baduel fue sacado a la fuerza de su celda y nadie sabe dónde está. O en el que el magistrado Ángel Zerpa continúa una huelga de hambre encerrado en un baño enrejado de las siniestras mazmorras de la policía política.