vie 19 ene 2018| https://www.sdpnoticias.com

Primero afirmarlo sin rodeos: si un grupo social puede cambiar a México, son los «migrantes de verdad».

Los que hayan ido a Estados Unidos no me dejarán mentir: ahí existen dos tipos de mexicanos. Uno tiene casi siempre sus papeles en regla, estudia en alguna universidad prestigiosa, trabaja para alguna empresa transnacional, dirige o actúa en películas en California. El otro tipo de mexicano, el que llamamos «migrante de verdad», pocas veces tiene sus papeles en regla, no tiene estudios universitarios, trabaja en construcción, en cocinas, en pequeños negocios.

Si uno los viera sólo de reojo, diría que no difieren mucho de lo que vemos en México: por un lado los citadinos, por el otro los pueblos rurales; por un lado los restaurantes de Polanco, por el otro los changarritos de tacos enfrente. Es la impresión que queda cuando vemos, en cualquier supercito de Nueva York, a un mexicano privilegiado pidiendo -en inglés- una ensalada a un mexicano de una zona rural: la distancia entre los dos parece inmensa.

En verdad, nada más lejos de la realidad. En México, el primer grupo es rico y el segundo pobre. En Estados Unidos no. Ese discreto vendedor de ensaladas probablemente tiene un sueldo más alto que aquel estudiante de Guadalajara que le pedía su ensalada en inglés. En una fiesta mexicana en la Villita de Chicago o en el Bronx de Nueva York, la gente comprar tragos y regalos con fajos de 100 dólares. Súbete a un avión de Aeroméxico desde Estados Unidos: verás a los turistas regios en clase turista y, frente a ellos, en business, a algunos mexicanos de origen humilde que han podido arreglar sus papeles. No es casualidad que hoy las remesas sean el ingreso número uno de México. ¡Número uno por encima (de lo que queda) del petróleo!

Los migrantes pueden parecer gente humilde, pero sería un error generalizar ese juicio: respecto a México, están en una potente vía de ascenso social. El dinero no lo es todo, pero nadie negará su importancia a la hora de dividir a la sociedad. Si los migrantes pudieran ir y venir entre México y Estados Unidos, se parecerían más a las clases acomodadas que a sus regiones de origen. Y quien diga que la «clase» no se compra, conoce poco de historia; y aún si no se comprara para sí, para los hijos se vende al menudeo.

Si me apuran, diré que los migrantes de verdad son más importantes que los otros: un mexicano millonario en Wall Street o un director mexicano de Hollywood podrán tener mucha influencia como individuos, pero si los tomamos en su conjunto son un grupito al lado de los 12 millones de migrantes y de los recursos que tienen.

Imaginemos entonces lo que podrían hacer los migrantes si invirtieran en México: ¿cuántas mejoras podrían llevar a sus comunidades, con proyectos de infraestructura, pequeños negocios, intercambios comerciales? En sus regiones hay todo excepto trabajo: ¿y si ellos cambiaran esa situación? Le pregunto a varios migrantes y una respuesta se repite: «claro que me gustaría pero nunca me han propuesto nada… además, ¿para qué si al mes el narco me va a quitar mi negocio, me van a pedir derecho de piso o me van a secuestrar?» Entre la violencia y la desatención de las instituciones, ese inmenso potencial se desperdicia.

Sea desatención o sea desprecio, el gobierno mexicano no tiene mucho interés en coordinarse con la comunidad migrante – y no hablemos del gobierno gringo. Tal parece que nadie le debe nada a los migrantes. Como si las remesas fueran un deber; como si el trabajo que realizan en Estados Unidos no fuera absolutamente necesario. Un día sin remesas y sin trabajo migrante dejaría a ambos países muy mal parados.

Los migrante son como el gordito buleado por un compañero abusivo. El problema acaba el día que el gordito agarra valor, toma conciencia de su fuerza y le suelte un puñetazo a quien lo molesta. Lo mismo sucede con los migrantes: mientras no tomen conciencia de su fuerza, serán explotados por ambos gobiernos, serán despreciados y perseguidos. Pero no es lo mismo que un niño actúe a que lo hagan 12 millones de personas unidas. Lo que necesitan los migrantes es un proyecto donde puedan demostrar su fuerza y actuar unidos. Un proyecto donde su número -12 millones es un país europeo- sea determinante.

Los migrantes, por ejemplo, pueden poner un «hasta aquí» a cualquier gobierno: si votaran en las elecciones mexicanas serían una fuerza imparable. Sin embargo, nunca se ha promovido integrar a los migrantes en la vida política nacional. En el 2012 apenas se anunció que podían votar desde el extranjero.  Resultado: votó 1 de cada 400 migrantes (o sea el 0.0025%). De Michoacán, un estado con cientos de miles de migrantes fuera, sólo votaron 2 mil 127 personas.

Este año, además de poder votar, pueden sacar su credencial INE desde los consulados, pero el trámite es largo, con una página web deficiente y el plazo termina el 31 de marzo, justo cuando las campañas empiezan. Eso explica que al día de hoy, de los 12 millones de migrantes, sólo hayan tramitado su credencial 550 mil personas… y, de ellas, sólo la hayan recibido 440 mil… y, de esas poquitas, sólo la hayan activado 160 mil personas. Una credencial sin activar no sirve para votar.

Que nadie culpe a la gente: si 3 de cada 4 personas que hicieron el esfuerzo de tramitar su INE no la han activado aún, es que de verdad el proceso está mal armado y mal explicado. No sabría decir si el INE actúa de mala fe o es un órgano verdaderamente incompetente (o ambas). En cualquier caso, los que salen perdiendo son los mexicanos migrantes y la democracia nacional.

No podemos resignarnos: si tan sólo los migrantes supieran la fuerza y la importancia que tienen… Debemos informar lo que el INE no informa; debemos crear conciencia; debemos movilizar. Se abre la apuesta: o bien la situación no tiene remedio, o bien es momento de integrar a la historia a 12 millones de mexicanas y mexicanos.

Así que permítanme soñar: imagino una campaña donde se informe con claridad del proceso para tramitar la credencial y votar desde el extranjero; imagino que esa campaña transforme la indignación en acción para que los migrantes voten y exijan el lugar que les corresponde en la historia moderna; imagino, con más ambición, que se forme una red de migrantes contra la compra del voto – pues no debemos olvidar que es en sus regiones donde se compran más votos. ¿Y si los migrantes llamaran a sus familiares y conocidos en México, y les exigieran que nadie venda su voto, explicándoles que ese dinero era suyo y de la comunidad, que les fue robado y ahora les regresa como migajas?

Tal vez no sea sólo un sueño: 12 millones de personas con amplios recursos, comunicados desde sus teléfonos por facebook y whatsapp, con ganas de existir y ser respetados – no por caridad, sino porque se lo merecen – parece una buena receta. Si actuamos hoy para informar, ¿cuántas personas más tramitarán su credencial INE? ¿Cuántas por fin la activarán? Pero no somos ingenuos, lo más importante viene después: ¿Cuántos millones de votos comprados en sus regiones evitarán? ¿Cuántos votos libres agregarán a la elección?

Un gobierno electo gracias a los migrantes no puede darles la espalda. Si los migrantes se organizan y exigen sus derechos electorales, ellos y sólo ellos pueden democratizar a México.