| ATITALAQUIA, HIDALGO | 13 DE OCTUBRE DE 2020 | POR FRANCISCO VILLEDA | FOTO: ARCHIVO |

Como un oasis en el desierto, la casa de atención al migrante El Samaritano, en Atitalaquia, representa un punto de salvación para migrantes que viajan desde Centroamérica hacia los Estados Unidos (EU) para cumplir el añorado sueño americano.

Creada el 27 de marzo de 2012, la casa del migrante, ubicada a un costado del crucero ferroviario de la comunidad, ha brindado el apoyo a miles de centroamericanos en este tramo de la ruta, convirtiéndose desde entonces, en un referente de ayuda humanitaria. En la zona de Tula no hay nada que se le parezca.

Desde que fue creada, la casa ha enfrentado adversidades. Hoy, a causa de la pandemia de covid-19, es uno de los 23 albergues que mantienen su operación parcial, según María Luisa Silverio Cruz, una de las dos hermanas de la orden de los Sagrados Corazones, instancia que administra este centro asistencial. En la actualidad, en México hay 130 albergues para migrantes; de estos, en 105 tiene participación la iglesia católica, apoyando a esta población flotante que queda al desamparo del Gobierno.

Aun así, la atención a los migrantes siempre es insuficiente por la gran cantidad de personas que se mueven en condiciones normales. Con la contingencia sanitaria, el flujo de migrantes disminuyó considerablemente, aunque no cesó. Todavía en época de emergencia, hay quienes desean llegar a la Unión Americana, el país gobernado por Donald Trump, un personaje peculiar, conservador, quien ha usado permanentemente el tema migratorio como una bandera política.

Las bandas criminales, los policías, todos los despojan de su dinero y los agreden mientras circulan a pie o en tren; en algunas ocasiones –dicen– los han golpeado con piedras que les lanzan desde los costados de las vías, como en el tramo Orizaba-Veracruz, donde los mismos policías fueron los responsables de este ataque. Cansados, pero sobre todo lastimados por los malos tratos, los migrantes llegan a El Samaritano y recargan fuerzas. Las hermanas y voluntarias les ofrecen comida, bebida y productos de limpieza personal, aunque por el momento, a causa de la pandemia, no hay servicio para ingresar en grupo a la casa, descansar algunas horas o bañarse.

La entrega de alimentos se efectúa afuera para evitar un foco de contagio. Los migrantes que presenten malestares menores de salud reciben algunos medicamentos, además de pomadas para los pies, ropa limpia, zapatos, mochilas, gel antibacterial, cubrebocas, jabón para manos y cosas que puedan servirles en el camino.

Todo esto ha llegado a la casa gracias mediante donaciones. Apenas hace unas semanas la casa se inundó tras una fuerte lluvia; gran parte de los insumos de enfermería, ropería y cocina fueron arrastrados por el agua y el lodo. Por varios días, las hermanas y el personal voluntario hicieron labores de limpieza y solicitaron al municipio el envío de un camión recolector de basura para que se llevara todos los insumos que resultaron afectados.

A través de redes sociales, la casa efectuó una campaña para solicitar donación de material necesario. Si bien hay comunicación con el Gobierno, no hay mayor apoyo de este ente para sobrellevar la operación del centro, de modo que viven de aportaciones de la iglesia, la sociedad civil e instancias que por su cuenta se suman a la labor. Desde hace años, la Cruz Roja Internacional patrocina la línea telefónica para que los migrantes se comuniquen con sus familias; Médicos Sin Fronteras apoya eventualmente con jornadas de servicio médico en el lugar. Voluntarias y voluntarios de una empresa telefónica acuden una vez a la semana a brindar servicio en la casa. Antes de la pandemia, estudiantes de universidades particulares acudían a realizar voluntariado, lo mismo que personal de las parroquias que integran la diócesis.

Pero la pandemia lo cambió todo. Por el momento, el centro solo está a cargo de dos hermanas y algunas voluntarias para privilegiar la salud y evitar riesgos por propagación del nuevo coronavirus. María Luisa, una de las encargadas, refiere que la jurisdicción sanitaria está al pendiente de la casa, lo mismo que la visitaduría regional de la Comisión de Derechos Humanos del Estado de Hidalgo (CDHEH), la policía municipal y estatal, así como el Centro de Investigación y Seguridad Nacional (Cisen).

La casa es un punto de atención, y no solo durante los operativos del Instituto Nacional de Migración (INM) o en las caravanas anuales de madres de migrantes, sino todo el año, por ser el mayor punto de cruce de migrantes en la zona, lo que ha favorecido para que tanto el inmueble como el personal esté adherido al Mecanismo de Protección para Personas Defensoras de Derechos Humanos y Periodistas, dotándoles de un sistema de videovigilancia y constante comunicación para garantizar la seguridad del lugar y de quienes laboran ahí.

El Servicio Jesuita para Migrantes-México (SJM-M) también está al tanto del centro asistencial, incluso, lo hizo partícipe de talleres para hacer un diagnóstico que permitiera reconciliar a las colonias o comunidades con las casas de atención a migrantes o albergues, debido al rechazo, la aporofobia y xenofobia existente hacia las personas que migran. Arturo González González, del SJM-M, relata que el taller Tejido social, identidad e historia de nuestra colonia, realizado con ayuda financiera de la Unión Europea “está enmarcado dentro de todo el contexto de la migración”.