Portavoz / Agencias |

Cuando su esposo murió, Lorena tomó la decisión de abandonar su país y dejar atrás a su madre y a sus cuatro hijos. Así, dejó su natal Guatemala y se internó en el “infierno mexicano” para tratar de llegar a Estados Unidos. Lo hizo, explica, para sobrevivir.
Como parte de su travesía en territorio nacional, Lorena viajó, junto con otros migrantes centroamericanos, a bordo del tren conocido como La Bestia, al cual se treparon en el municipio de Arriaga, Chiapas. Media hora después, ya en la región del Istmo de Tehuantepec, Oaxaca, y muy cerca de Juchitán de Zaragoza, siete personas con armas de fuego les exigieron que les aventaran sus pertenencias y que saltaran del ferrocarril o, de lo contrario, amenazaron con dispararles.
“¡Las bolsas, las bolsas! ¡Aviéntense!”, recuerda. La mayoría obedeció. Lorena, relata, alcanzó a ver cómo mataban a uno de los migrantes con un machete y luego le disparaban; a los demás los despojaron de lo poco que llevaban. En su caso, la agresión se intensificó por ser mujer: uno de los ladrones la violó y golpeó. “Todavía tengo las marcas de las mordidas, me golpeaba, estaba dispuesto a matarme”, narra a El Universal.

Miles de delitos

El caso de Lorena no es aislado, la violencia contra los migrantes los ha obligado a buscar, desde hace por lo menos tres años, nuevas rutas por las cuales cruzar el territorio oaxaqueño para evitar ser víctima de un delito.
De acuerdo con un documento presentado por la Oficina en Washington para Asuntos Latinoamericanos (WOLA), en conjunto con organizaciones civiles, de 2014 a 2016 se cometieron cinco mil 284 delitos contra migrantes sólo en los estados de Chiapas, Oaxaca, Tabasco, Sonora y Coahuila.
Según el Centro de Orientación del Migrante (Comi), se detalla en el informe de WOLA, en Oaxaca se ha detectado un incremento de abusos y delitos contra migrantes en autobuses, en los cuales, incluso, están implicados funcionarios del Instituto Nacional de Migración (INM).
“Algunos testimonios dan cuenta de colusión entre los operadores de las líneas de autobuses y funcionarios del INM para entregar a migrantes y realizar revisiones, y se han documentado casos de extorsión para que no sean “entregados al INM”, explica.
Las cifras oficiales precisan que los delitos contra migrantes van al alza; de 2015 a 2016 se registraron 942, de los cuales 714 fueron asaltos y robos con violencia, pero también se tiene registro de extorsiones, secuestros o privaciones ilegales de la libertad, lesiones y violación. El incremento es tal que sólo durante 2016 y hasta mayo de 2017 se registraron mil 120 delitos contra migrantes en la entidad, según lo documentado por WOLA.
Personal del albergue Hermanos en el Camino, en Ciudad Ixtepec, está de acuerdo, pues según su conteo, los casos documentados de enero a mayo de 2017 ascienden a 178 e incluyen robo, robo con violencia, asalto, asalto con violencia y robo a transeúnte.
El sacerdote Fernando Cruz Montes, coordinador del Comi y del albergue El Buen Samaritano, afirma que en los crímenes también se encuentran involucradas autoridades tanto de seguridad pública como del INM.

Más crimen, otros trayectos

Originario de Honduras, Carlos Alberto López, afirma que fue secuestrado por Los Zetas junto con otros migrantes. Cuenta que los subieron a una camioneta, los amarraron, vendaron los ojos, tiraron en la batea y les pusieron un colchón encima.
“No supimos pa’ dónde nos habían llevado. Nos pidieron los teléfonos de nuestros familiares para pedirles dinero. Les decían que si no les depositaban 500 dólares en Western Union nos iban a matar”. Su historia coincide con los múltiples casos que han sido reportados por la oficina de Whashington.

Cambio de trayecto

Este incremento de la violencia ha modificado las rutas tradicionales de los migrantes en su tránsito, principalmente la que llegaba a Ciudad Ixtepec, en la región del Istmo, donde los migrantes descendían del tren y continuaban su viaje por la carretera federal 190 Tehuantepec Oaxaca hasta llegar a la capital del estado. Otros continuaban su recorrido a bordo del ferrocarril por Tierra Blanca y Orizaba, Veracruz, pero en esa ruta se volvieron blanco fácil para la delincuencia organizada, para las corporaciones de seguridad que los extorsionaban y detenían arbitrariamente, y para los funcionarios del INM, a quienes también señalan como responsables de los delitos.
Fue por esa razón, detalla el sacerdote, que surgieron nuevas rutas para los centroamericanos durante su cruce por el territorio oaxaqueño a fin de evitar ser víctimas.
Una de ellas consiste en recorrer casi 367 kilómetros a través de las montañas. Las personas en tránsito llegan a Matías Romero, también municipio del Istmo, de ahí parten hacia la comunidad de Guigovelaga y pasan por poblaciones como Santiago Ixcuintepec, San Miguel Quetzaltepec, hasta Ayutla, Mixes.
Posteriormente, viajan hacia San Pablo Villa de Mitla, ya en la región Valles Centrales, y nalmente llegan a Oaxaca de Juárez, la capital del estado.
Si un migrante decidiera tomar esta ruta a pie la recorrería en 87 horas, es decir, más de tres días y medio si no descansara ni un solo momento.
La segunda ruta es la que toman por la región de la Costa. De acuerdo con Cruz Montes, los migrantes centroamericanos toman la carretera del municipio de Santo Domingo Tehuantepec que conduce a destinos de playa como Puerto Escondido o al municipio de San Pedro Pochutla.
Si optan por este camino, los migrantes tendrán que recorrer al menos 272 kilómetros antes de decidir si se dirigen a la ciudad de Oaxaca o continúan por el mismo camino que los dirige hacia Acapulco, Guerrero.
Además, se encuentra una tercera ruta por la región de la Mixteca que antes era poco común en el trayecto de centroamericanos.
El pasado 27 de agosto, funcionarios del INM detuvieron a 34 migrantes originarios de Guatemala y El Salvador, entre ellos 10 menores de edad —dos niños de cuatro años y una niña de ocho—. La detención ocurrió en el tramo Huajuapan de León-Tamazulapan del Progreso, a la altura de la comunidad de El Molino.
Las nuevas rutas las conoce el INM, sostiene Cruz Montes, el sacerdote al frente del albergue El Buen Samaritano. Según el religioso, “Migración está muy al tanto, pero los migrantes le buscan. También que hay coyotes o polleros, que de alguna manera ya tienen una forma de pasarlos”, explica el sacerdote en entrevista.

Ataques, de ida y vuelta

Hace 10 años William Lara emigró de su natal Estanzuelas, El Salvador, por las condiciones de pobreza en las que vivía. Trabajaba en el campo y apenas ganaba cinco o seis dólares salvadoreños diarios que le alcanzaban para comer dos días; fue por ello que decidió emprender un viaje que aún no concluye en su intento por llegar a Estados Unidos.
En México ya fue secuestrado y en tres ocasiones fue asaltado, sin recibir ningún apoyo de su país de origen, pues según el informe de WOLA en Oaxaca, los consulados de países de Centroamérica no se involucran en el seguimiento de los casos de delitos y abusos cometidos contra sus connacionales, sino que sólo se enfocan en realizar trámites administrativos.
Pese a todo, William, quien por el momento se encuentra viviendo en el albergue El Buen Samaritano, dice que no vuelve a El Salvador, por la violencia que generan pandillas como la Mara Salvatrucha y la 18, las dos más grandes de su país.