Corresponsal Eliud Ávalos  |  13.11.2017
TIJUANA .- Negarse entrar a una pandilla, puede ser la diferencia entre la vida y la muerte para los jóvenes salvadoreños relata Edwin, joven de 15 años de edad originario de El Salvador. Llegó con el Viacrucis Guadalupano desde Tapachula, Chiapas a la frontera de Tijuana con Estados Unidos. Pide ayuda porque podrían matarlo.

Llegó con otros 43 migrantes de Honduras y Guatemala. “Mi papá me tenía que acompañar a la escuela, yo no podía andar solo” dice mientras mira a las cámaras.

Solo una mochila en la espalda es su equipaje, dejó todo atrás y no sabe lo que le espera una vez que se entregue a las autoridades norteamericanas que estudiarán su caso, e irá a parar quizá a un centro de detención, donde esperará que se resuelva su situación migratoria.

En el grupo también viene Leticia, mujer hondureña que viaja con sus hijos y huye de un esposo golpeador que ha hecho de su vida un infierno, teme por su seguridad y ante la inoperancia de las autoridades hondureñas, tuvo que escapar para salvar su vida y la de sus hijos.

Tampoco sabe lo que va a suceder pero el amor a sus hijos la motiva a enfrentarse a lo que le espera, aunque esto signifique separarse de ellos porque los adultos van a un centro de detención y los menores a otro.

Los acompaña la abogada Nicole Ramos, directora del Proyecto de Derechos Fronterizos y Leo Olsen, organizador del Viacrucis Guadalupano.

Nicole señala que a todos los que apoyan durante el cruce, los orientan en el proceso y continúan en sus casos hasta que encuentran a un abogado voluntario que los apoye.